La bióloga Patricia Casas fue la primera persona española que sufrió una de las enfermedades más olvidadas del planeta: la úlcera de Buruli, provocada por una bacteria que devora la carne humana y puede desfigurar el rostro y las extremidades. Casas pasó cinco meses en diferentes zonas de la selva de Perú por un proyecto de conservación. La bacteria en cuestión, conocida como «come carne», es una infección rara pero grave que puede causar daño en tejidos blandos y, en casos extremos, llevar a la amputación de la extremidad afectada. Aunque la paciente se encuentra en condición estable, el incidente ha generado preocupación entre la comunidad médica y el público en general.
Expertos en enfermedades infecciosas han enfatizado la necesidad de una pronta identificación y tratamiento de este tipo de infecciones para evitar complicaciones graves. Además, se ha resaltado la importancia de la educación pública sobre los riesgos asociados con estas bacterias, a fin de prevenir futuros casos. A medida que la paciente continúa su tratamiento y recuperación, se espera que este incidente genere un mayor interés en la investigación y el conocimiento de las infecciones por “comecarne”, así como en las medidas preventivas que se pueden tomar para reducir el riesgo de exposición a esta bacteria.
Patricia Casas despertó un día con lo que parecía una quemadura de cigarro en el brazo izquierdo, y al acudir al médico fue tratada con ungüento común sin saber que era la primer paciente de su país con la bacteria come carne. La mujer viajó a Sudamérica para una campaña de preservación de primates, en su papel de bióloga profesional, y ahí se contagió con la bacteria buruli, hasta ese momento desconocida por la mayoría de médicos españoles.
El diagnóstico equivocado que le dieron fue inútil para detener el avance de la infección en su brazo, por lo que su cicatriz se expandió durante cuatro años hasta que llegó a conectar su codo y axila. La bacteria que infectó a Patricia es una de las que consumen tejido vivo, pero que se concentra en países africanos donde las condiciones de vida son precarias. Por eso fue tan difícil ayudarla.
El medicamento que eliminó la bacteria buruli de su cuerpo fue rifampicina y claritromicina, pero la exposición prolongada a diferentes medicinas provocó efectos secundarios en su cuerpo: cierto grado de sordera y debilitamiento del sistema inmune. Por fortuna, la mujer de 42 años sólo guarda el recuerdo del mal trago, así como una cicatriz que cubre su brazo izquierdo casi en su totalidad, pero espera regresar a la biología para evitar que otras personas pasen lo mismo que ella.